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Tiene 53 años, es anfitrión en el Parque Provincial Patagonia Azul y dio un giro a suvida: “Fue un anhelo de muchos años”

Entre las ondulaciones del coirón y el murmullo del viento patagónico, hay un sitio donde el
invierno no significa encierro. A 80 kilómetros de Camarones, por Ruta 1, el Camping Arroyo
Marea se sostiene como una invitación serena al abrigo de la naturaleza más salvaje y prístina.
En este rincón del Parque Provincial Patagonia Azul, la estepa se deja abrazar por la ría, los
guanacos y los atardeceres infinitos. Y quien recibe, guía y cuida este lugar es Andrés
Magariño.

Hay decisiones que no se toman de golpe. Se gestan, como la marea que crece despacio, pero
con firmeza. Así llegó Andrés al Camping Arroyo Marea. Psicólogo social, nacido en Azul
(Buenos Aires), Andrés pasó por aulas, rutas, talleres y ríos antes de instalarse como anfitrión
del camping. “A mis 53 años esta es una posibilidad de cambio, un anhelo de muchos años”,
dice. Habitar el paisaje, cuidar la fauna, recibir visitantes y transmitir una idea potente: “Somos
naturaleza. No podemos pensarnos sin el mar ni sin ecosistemas sanos”.

Cambio de vida

Hace dos años, un flyer publicado en Facebook lo puso en la ruta del cambio. Andrés no dudó
y, junto con su compañera, agarraron la señal. El resto, como suele decirse, es historia.

Hoy su rutina en Arroyo Marea es todo menos rutinaria. “Limpieza, mantenimiento del refugio,
pintura, cuidado de sendas, fogones, baños… y salir a la playa a levantar lo que deja el viento o
el mar”. También recibe a quienes llegan: pescadores, caminantes, familias que escapan del
cemento buscando aire.

Pero su tarea no se reduce a eso. Andrés es un intérprete del entorno, un traductor entre la
estepa y quien llega con los ojos nuevos. Te cuenta qué animales ver, por dónde caminar,
cuándo no molestar a los choiques o a los cuises que salen al atardecer. Su conocimiento no es
enciclopédico: es experiencia.

Un refugio único

El Camping Arroyo Marea tiene dos sectores bien diferenciados. Uno, más agreste, está
protegido por molles y duraznillos, al abrigo del viento, con espacio para seis carpas junto a un
refugio techado con cocina, horno, agua caliente y wifi. El otro, a 800 metros, es más amplio y
permite hasta nueve carpas. Ambos cuentan con baños secos, y algo fundamental: la
experiencia de estar solos frente a la inmensidad.

En invierno, la temperatura propone una aventura diferente. Pescadores, familias y
caminantes se animan a disfrutar de este sitio único. “Van desde las 10, 11 de la mañana hasta
las 4 de la tarde, se comen un asado, caminan, recorren el lugar y regresan”, cuenta Andrés.
Son visitantes de Comodoro, Madryn, Trelew o Camarones, que buscan una escapada distinta,
sin multitudes ni horarios.

Cotidianeidad distinta

El día a día en el camping no es rutina sino adaptación. Andrés limpia, pinta, repara, mantiene
las sendas, reacomoda carteles o recoge basura en la playa. Pero también observa, escucha, se
deja sorprender. “Ahora en invierno hay muchos guanacos, choiques, maras, zorros,
halconcitos, águilas moras. Y en la ría, flamencos rosados”, enumera. También habla de una
rareza local: los caranchos blancos, una mutación todavía sin explicación clara que tiñe de
nieve a estas aves rapaces tradicionalmente oscuras.

Estar en Arroyo Marea es aprender a leer el ritmo natural. “Saber cuándo van a andar
determinadas aves, por dónde hay que pasar para no molestarlas. Poder ver a la mañana una
especie, y al atardecer los cuises, o los caranchos cazando… todo eso es muy bello”, dice. La
vida silvestre no está para ser invadida, sino para ser observada con respeto, en silencio.

¿Qué hacer en el camping?

El camping ofrece caminatas autorizadas hacia la playa, paseos costeando la ría y la posibilidad
de visitar, en temporada alta, un Centro de Interpretación a cinco kilómetros, con maquetas
del parque, información sobre flora, fauna y pesca de arrastre, y un rincón para tomar café o
jugos naturales.

La consigna es clara: todo es gratuito, pero hay reglas. No se puede ingresar con mascotas, ni
dejar basura, ni extraer o alimentar animales. El ingreso se registra obligatoriamente en el
refugio y es fundamental llevar abrigo, agua potable y revisar el pronóstico: si llueve, el ripio se
vuelve un terreno complejo de atravesar.

Atardeceres que se quedan en la retina

Hay instantes que justifican el viaje. Andrés los enumera sin apuro, como quien los guarda con
cuidado en la memoria: “Los atardeceres en la Patagonia, la salida de la luna llena sobre el
mar, los movimientos de la fauna según el horario, la belleza de lo simple y salvaje”. Y también

están las sorpresas humanas: visitantes que pasaban una noche para descansar y se quedan
una semana; ciclistas solitarios que bajan al camping como si llegaran a casa; turistas que
descubren el lugar por azar y se enamoran.

Una invitación sincera

“Somos naturaleza”, repite Andrés. Y en su frase hay una clave para entender por qué lugares
como Arroyo Marea importan. Visitar este sitio es una oportunidad de mirar el mundo de otra
manera, con más pausa, más gratitud y conciencia. Es también una chance para los que,
incluso en invierno, se animan a salir del asfalto, a desafiar el frío con fuego, a encontrar
silencio donde otros solo ven distancia.