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Regenerar la agricultura: un camino hacia el futuro que honra nuestras raíces

La agricultura regenerativa nos invita a un viaje de ida y vuelta. Propone mirar hacia el pasado para imaginar un futuro diferente: recuperar saberes ancestrales sobre el cuidado de la tierra y combinarlos con ciencia y tecnología. Esta mirada integradora reconecta dos dimensiones: la producción de alimentos y la salud de los ecosistemas.

Uno de los pilares de este enfoque es el manejo hídrico, capaz de activar una secuencia que involucra a múltiples actores. Un suelo con niveles adecuados de materia orgánica mejora su estructura, favorece la infiltración y retención de agua, y se reducen las pérdidas de agua por escorrentía y la evaporación de agua del suelo. Esto se traduce en un uso más eficiente del riego y cultivos más resilientes frente al estrés hídrico. La tierra recupera su capacidad de sostener la vida.

Desde el punto de vista productivo, los beneficios también son claros. Tras la etapa inicial de adaptación, los agricultores que adoptan prácticas regenerativas reportan rendimientos más estables, menor incidencia de plagas y enfermedades, y una disminución en la necesidad de insumos externos. La productividad no se sacrifica: se transforma. Sin embargo, para concretar esta transformación se requiere de recursos económicos. Aquí es donde entran las empresas comprometidas con la sustentabilidad, que al involucrarse en proyectos que potencian la regeneración, abordan sus objetivos de seguridad hídrica. Este impacto positivo se refleja además en las comunidades, ya que los ecosistemas experimentan una notoria mejoría y se preservan los recursos hídricos.

Los datos lo confirman: quienes adoptan prácticas regenerativas reportan mayor estabilidad en sus rendimientos, menor necesidad de agroquímicos y mayor resiliencia ante eventos extremos. Esto no es una utopía. Es un modelo productivo viable, y más aún, necesario.

Para lograrlo, necesitamos aliados. Empresas que no sólo declaren su compromiso con la sostenibilidad, sino que lo traduzcan en acción. Al financiar la transición regenerativa, estas organizaciones no solo fortalecen sus estrategias de seguridad hídrica: también siembran confianza en sus comunidades y valor a largo plazo.

La evidencia es contundente. Un estudio del CREAF en España demuestra que la agricultura regenerativa puede producir igual que la convencional, pero con beneficios ambientales superiores y costos comparables. En un escenario de suelos degradados y escasez hídrica creciente, este tipo de prácticas no solo son recomendables: son estratégicas.

Lo mejor es que no se trata de una apuesta a ciegas. Es un proceso de transición basado en evidencia y adaptado a la realidad de cada territorio. Metodologías basadas en estándares internacionales como el Volumetric Water Benefit Accounting del WRI permiten cuantificar mejoras en la infiltración, mientras que indicadores de biodiversidad o carbono ayudan a evaluar el impacto ambiental de forma integral.

Lo verdaderamente transformador es cómo se posicionan los agricultores desde estas prácticas: se transforman en protagonistas de la restauración del paisaje. Generan valor no solo económico, sino también ambiental y social. En tiempos de sequías prolongadas o lluvias intensas, sus campos no solo sobreviven: prosperan. Y con ellos, también se recupera el ciclo hidrológico local.

Ampliar el alcance de la agricultura regenerativa es una tarea colectiva. La protección del suelo y del agua requiere compromiso compartido. Cuando dejamos de ver el agua como un simple insumo y la entendemos como el eje articulador del sistema, se convierte en un catalizador de vida.