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Política energética de Trump: Desafío para las energías renovables

La postura de Donald Trump hacia las energías renovables ha sido marcadamente escéptica. En su visión, revitalizar la competitividad económica de Estados Unidos parece sinónimo de priorizar la extracción de combustibles fósiles, desmantelar regulaciones ambientales y desacreditar cualquier plan de producción energética o manufacturera más allá de sus fronteras. En poco más de 100 días desde el comienzo de su segunda administración, se ha visto un renovado impulso hacia las perforaciones petroleras, la revisión regresiva de normas sobre eficiencia energética y vehículos eléctricos, e incluso un nuevo retiro del Acuerdo de París.

La cuarta de sus veinte promesas de campaña fue ser uno de los productores de energía dominantes en el mundo. La elección de palabras no es menor, pues se busca concretar su dominio bajo amenaza de imposición arancelaria como principal fuente de “negociación”. Más allá de las políticas específicas del gobierno de Trump, lo más preocupante yace en el debilitamiento del liderazgo global en materia ambiental. Esto retrasa el cumplimiento de compromisos climáticos, principalmente los de países con los que EE.UU. avanza en acuerdos comerciales, como Reino Unido o China. También se han intensificado las fricciones con potencias que promueven políticas energéticas y ambientales más estrictas, como la Unión Europea o Canadá.

Para quienes han iniciado su trayectoria profesional en este siglo, las decisiones energéticas de la era Trumpiana pueden parecer anacrónicas. Sin embargo, estas posturas están profundamente enraizadas en su contexto formativo, pues creció en medio del boom petrolero durante la Segunda Guerra Mundial y la transición luego de ésta. En los años 40, el Acuerdo Angloamericano repartió las reservas petroleras de Medio Oriente entre EE.UU. y Reino Unido, mientras que México vivía la expropiación petrolera y el arranque del llamado Milagro Mexicano. Desde esa lógica histórica, es fácil identificar el origen de sus ideas, como la exigencia de petróleo a Irak, o a Ucrania como “compensación” por sus intervenciones geopolíticas.

Lastimosamente, una visión óleocentrista ya no encaja con la realidad económica y medioambiental contemporánea. Cuando Trump habla sobre desarrollar las energías renovables en el futuro, ignora que hoy vivimos en lo que hace cincuenta años se consideraba el “largo plazo”. Las fuentes renovables brindan la oportunidad de tener agua y aire limpio, generan empleos y benefician a las comunidades cercanas a los desarrollos. Además, por primera vez pareciera que tener energía asequible en cada rincón del planeta se vislumbra en el horizonte.

“Lastimosamente, una visión óleocentrista ya no encaja con la realidad económica y medioambiental contemporánea”.

En los últimos 15 años la energía eólica terrestre ha disminuido sus costos de generación un 70%, mientras que la eólica marina los ha recortado hasta en 65%, por lo que son más atractivas que los combustibles fósiles más económicos del mundo. Este avance ha sido posible debido a la creciente competencia a lo largo de toda la cadena de valor de la energía eólica. Cada vez existe mayor oferta de equipos y tecnología, capital humano preparado e inversionistas públicos y privados listos para apostar por un futuro sostenible.

Gran parte de la reducción de costos proviene de cadenas de suministro optimizadas en distintos países que entienden que son expertos en una de las muchas aristas de esta solución. Pretender posicionar a EE.UU. como la potencia manufacturera del mundo doblaría los costos de muchos insumos importados, anulando la ventaja competitiva regional alcanzada hasta ahora por el sector.

La administración de Donald Trump ha detenido arrendamientos eólicos marinos en aguas federales y congelado permisos y financiamientos para proyectos terrestres y marinos. A la par, promueve una independencia energética que solo favorece la extracción de combustibles fósiles y las regulaciones ambientales laxas. El fracking y la geotermia vuelven a la conversación debido a que parte del gabinete de Trump proviene de la industria petrolera que usa tecnologías similares para la perforación. Por ejemplo, Chris Wright, actual Secretario de Energía, invirtió en Fervo Energy, una compañía geotérmica con sede en Houston. Esto confirma que la postura nacionalista del gobierno en turno es guiada principalmente por intereses personales y no se basa en el mejoramiento de la calidad de vida de sus votantes.

En tanto la política energética estadounidense no se modernice, la cooperación internacional será clave para contener su intervencionismo. México debe aprovechar este contexto para diversificar su matriz energética, consolidarse como líder en renovables y atraer inversiones estratégicas de América Latina, Europa y Asia. El momento para desarrollar infraestructura para la producción y distribución de energías renovables es ahora, de lo contrario, la transición energética justa seguirá siendo una promesa incumplida.

Por Andrea Servín